En cada una de nuestras familias inculcamos a las niñas y los niños hábitos de cortesía desde los primeros años de vida.
Nos esforzamos, principalmente, en habituarlos a dar las gracias cuando se les dan los alimentos, si se les alcanza un juguete o se les regala algo.
De igual modo, se educa en la utilización de la frase por favor siempre que vayan a pedir las cosas; a ponerse de pie cuando llega una visita, a decir adiós en las despedidas y saludar cada vez que hagan entrada en un lugar.
Estas son manifestaciones de educación formal que al parecer obviamos en el presente o solo tratamos de hacerlas cumplir en los más jóvenes.
Aquí no vale aquello de hacer lo que yo digo y no lo que yo hago, es menester predicar con el ejemplo para lograr que se imiten las expresiones del saludo, desear un buen día a las personas que nos rodean, pedir permiso, hablar en voz baja, no interrumpir una conversación y disculparnos si lo hacemos.
Son en definitiva valores que forman parte de la vida cotidiana, que algunos creen de más recordar; pero que hacen mucha falta en los tiempos actuales.
Solo de observar a los ancianos de casa basta para percatarnos de costumbres que se han olvidado, entre ellas, el detenerse en la calle en el momento que pasa un entierro, quitarse el sombrero o la gorra si se entonan las notas del Himno Nacional o cederle el paso a una mujer en la acera.
Lecciones que no por antiguas están pasadas de moda, por el contrario, son hábitos de cortesía que necesitan revitalizarse y la familia es el punto de partida para hacerlo.
Al fin y al cabo, nosotros como célula primaria de la sociedad, seremos los más beneficiados.